Patrimonio Inmaterial

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Dentro del patrimonio inmaterial de la comuna de Ovalle, tenemos, una cantidad de leyendas que se han transmitido de generación en generación y que aún perviven en lugares rurales de ésta.
Entre las leyendas más conocidas están las que se narran a continuación:

Narra esta leyenda que una bella y morena indígena se enamoró de un capitán español del contingente conquistador de Almagro en su avance hacia el sur y en reposo transitorio en el lugar. El cacique indígena padre de la muchacha, prohibió esta pasión y al no ser obedecido envío matar al capitán. La princesa lloró días y noches y al conjuro de sus lágrimas que caían en las fértiles tierras comenzaron a brotar las añañucas de encendido tono. Sostiene la leyenda finalmente, que el día que la princesa dejase de llorar su trágico amor, al secarse sus lágrimas desaparecerían en gran medida

El año 1627 habría llegado a las playas de La Serena una balandra tripulada por dos marineros españoles y un inglés llamado Jorge, que había abordado cuando la embarcación luchaba contra las embravecidas olas, después del naufragio que lo condujo a estas playas.
El inglés era católico y mientras combatía con las olas sin esperanza de salvación, hizo el propósito de vestir el hábito de la primera religión que al pisar tierra firme encontrase.
Cuando desembarcó vio a un lego franciscano, teniendo el cabestro un asno gordo y rollizo, que hacía la recolección de pescados, mariscos y algas.
El inglés Jorge firme en su propósito le dijo:
-Hermano, deseo vestir el hábito que Ud. viste.
El lego lo miró y respondió:
-si tal es la decisión de su merced vengase conmigo y suba en ancas de mi burro.
De esta manera llegó el inglés Jorge al convento de San Francisco y quedó en la comunidad.
Habían pasado seis años que el lego habitaba el convento, era un modelo de humildad y mansedumbre. Su fama llegó al extremo que todos lo creyeron santo.
Los franciscanos tenían su iglesia sin terminar por falta de madera, no podían proporcionarse las maderas largas para el techo de la iglesia. Los frailes se desesperaban y esto lo conocía muy bien fray Jorge.
Una mañana se presentó fray Jorge ante su superior contándole que había estado rogando a Jesús que le ayudará a encontrar una solución para concluir la construcción del templo y que sintió una especie de sueño y en ese estado escuchó una voz que le decía “mañana toma una carreta de bueyes y sigue donde ellos te lleven” Por este motivo se dirigió al Prior y le solicita permiso para ausentarse con una carreta de bueyes.
El Prior lo autorizó y una mañana temprano partió sin rumbo, tal como lo había escuchado, siguió a los bueyes que lo condujeron a un bosque. Fray Jorge cargó la carreta con largos troncos y se regresó al convento, ante el estupor de toda la población que no le cabía la duda que era santo.
Desde entonces, el bosque lleva el nombre de fray Jorge por haber sido descubierto por el beato lego mientras buscaba maderas para el templo de San Francisco de La Serena.
La doncella del valle del Encanto
Narra la leyenda y esto ha ido de boca en boca, por generaciones, que una doncella realizaba misteriosas y fugaces apariciones en lo alto del Peñón del Encanto. Resplandeciendo de oro su cabellera y alba de tules su figura. Por extraños encantamientos de malabares, unas naranjas de oro rodaban por el aire yendo de una de sus manos a otra y viceversa. Cuando alguien intentaba aproximársele, la figura se esfumaba y desaparecía sin dejar rastro alguno.
Quiso, en una de esas esotéricas apariciones, que la viera un indígena e y poseído de una obsesión rayana en lo pertinaz, día y noche aguardó tan esperada presencia. Muchas veces la volvió a ver y cegado y rudo se le `aproximaba. Pero tal cual era el designio, cuanto más se acercaba, la figura iba desvaneciendo hasta desaparecer, rompiendo así el hechizo. Más una noche estrellada el obcecado indígena, sorpresivamente logró llegar hasta ella y al extender los brazos para cogerla, la luz dorada que desprendían sus cabellos y las naranjas de oro, lo cegó. Cerró fuerte los ojos doloridos y al reabrirlos, comprobó que el encanto nuevamente había desaparecido.
Loco, por un dolor punzante, decepcionado por la cruel realidad de sus manos vacías, se arrojó desde lo alto del Peñón al vacío. Su cabeza se azotó contra la mesa
De piedra ubicada bajo el Peñón, terminando así con su mísera existencia y su ilusión amorosa rota y desengañada.

En la vecindad de Ovalle, está la cueva de San Julián. En una
Ocasión se encontró un campesino con un antiguo conocido, el que lo invitó a una fiesta en una parte que él sabía. El campesino aceptó y de pronto el amigo sacó del calabazo de un mate, un ungüento y se lo puso en las axilas. Le aconsejó que diera con él tres pasos hacia atrás y exclamara con él: Sin Dios ni Santa María, y salieron volando.
Llegaron una cueva, la cueva de San Julián donde se celebraba una fiesta muy alegre y donde el campesino empezó a darse con personas que hacía algunos años habían desaparecido de éste mundo. Se encontró con una amiga y comenzó a recordar gratos momentos pasados.

A la mañana siguiente despertó en u escampado, molesto por el so que estaba quemando y lo extraordinario es que estaba unido a una osamenta de vaca
Con los huesos albos. Tenía sed y mal gusto en la boca y se acordó de que antes de ir a la fiesta tenía unos dulces en el bolsillo y esta era la ocasión para servírselos, y al buscarlo encontró que estaban convertidos en excremento de animal.
El diablo trabajó en Tamaya
Cuentan que hace años atrás el cerro Tamaya era un mineral muy rico, el cobre brotaba por todos lados y en abundancia.
Por ese entonces se trabajaba en cuadrillas de mineros que arrancaban el metal a combo, cuña, picota y pala.
Una de esas tardes llegó a pedir trabajo un extraño y corpulento hombre, al hablar con el jefe, le dijo que era barretero, que producía bastante, pero que ponía una condición: Trabajar solo y de noche.
El jefe lo contrató y esperó para comprobar el producto de su trabajo.
Grande fue la sorpresa al ver la gran cantidad de metal extraído. Esa noche, picado por la curiosidad, el jefe lo siguió para ver de dónde y en qué forma sacaba mineral.
Observó que el extraño hombre se sacaba la ropa y se convertía en un gran toro negro que a cornadas embestía el cerro arrancando grandes cantidades de material. Impresionado y asustado corrió al pueblo en busca del cura para bendecir el lugar.
A la noche siguiente fuero el jefe, el cura y un grupo de mineros al lugar donde trabajaba el extraño ser. El toro a ver al cura con un crucifijo en la mano enloqueció y embistiendo desesperadamente contra la roca hizo un gran agujero por donde salió dejando un fuerte olor a azufre.
Según dice lo que conocen la leyenda, era el diablo, quien custodiaba la mina y que al irse éste desapareció la mayor riqueza del cerro Tamaya.